viernes, 26 de septiembre de 2014

7.

El curso avanzaba sin prisa pero avanzaba. Todo me iba bien. Mis notas no eran las mejores pero sí lo suficientemente buenas para sentirme bien conmigo misma. Cada día que pasaba me sentía mejor teniendo a mi lado a mis amigas y también estaba feliz de haber conocido a Carlos. Era un buen chico. Y un buen amigo. Y por supuesto, estaba encantada de estar con Julio. Era mi vida en estos momentos. Casi todo lo hacía junto a él porque me sentía realmente a gusto.
La gente dice que las primeras semanas de una relación suelen ser las más empalagosas. Es cierto. Quedábamos siempre que encontrábamos un hueco, por mínimo que fuera. Estar juntos nos hacía felices. O al menos a mí.
Y luego, bueno, estaban mis padres. Mi madre sospechaba que había algo. Era normal porque no paraba quieta en mi casa. Y porque solía llegar muy feliz de todas mis ''salidas''.

Una noche vino a mi habitación y como cualquier madre en este mundo, entró sin tocar a la puerta. Y sí, yo estaba hablando por Skype con Julio. Imagináos el percal. Cerré de golpe la tapadera del portátil pero ella ya se había dado cuenta de la situación.

- ¿Quién es ése? - me preguntó con una sonrisa pícara.
- Un amigo, mamá. Gracias por llamar.
- Mmmm, ¿algo que me debas contar? - insistió.
- No mamá. Es una amigo, cuando pase algo que te deba contar, te lo contaré - mentí. - Y mientras, deberías aprender que las puertas cerradas están cerradas por algo.
- Creo que te ha molestado demasiado para ser sólo un amigo. - Que lista era la jodía, me calaba en nada. - No tardes en acostarte que mañana madrugas. Buenas noches - se despidió dándome un beso en la cabeza.

Y por otro lado estaba mi padre. Vivía en un mundo distinto al mío. No sabía nada ni le contaba yo nada. A veces me preguntaba por mis notas y mis amigos, casi por obligación. Le quiero mucho pero, con total sinceridad, creo que no me entendía.
Estaba decidida a contarles a mis padres lo de Julio. Algún día. Aún no era el momento. Llevábamos solo dos semanas juntos. Era poco tiempo para presentárselo porque, quizás una semana más tarde todo cambiaba y romperíamos. Ahora ni me planteaba que ésto me pudiera pasar con él pero, de golpe, las cosas cambian. En un instante, todo lo que crees conocer se invierte y vuelves a estar perdida en un mundo que ni viene ni va. Simplemente cambia. Y el cambio unas veces es a bien y otras a mal.
Algo parecido me pasó a mí, pero de momento, todo iba mejor que bien con respecto a Julio.

Una de las tardes quedamos para ir al cine. No teníamos ni idea de qué película escoger entre Les doy un año, Líbranos del mal o Lucy. Me ofreció ver la comedia romántica pero yo no quería obligarlo a ver una pastelada. Al final decidimos entrar en la de miedo. Me gustaban ese tipo de películas y así tendría la oportunidad de agarrarme a mi chico cuando la ocasión lo requiriera.
Fueron 2h de sufrimiento. Cuando intuía que iba a pasar algo malo me agarraba a su brazo y cerraba los ojos. En cambio Julio alternaba la mirada entre la película y yo. Me sentía agarrada a su brazo y se reía.

-Eres una cagada. ¿No te gustaba la peli? - me chinchó nada más salir de la sala.
-Y me ha gustado.
-Ya...
-¡Qué sí! - puse voz de niña pequeña fingiendo enfadarme - Eso no quita que me asuste... Es una película de miedo. Es el objetivo que tienen.
-Bueno, al menos así estabas más cerca mía - me soltó el seductor achuchándome un poco a él.
-Eh, no puedes decirme estas cosas y quedarte tan pancho - dije cogiéndole del brazo y parándolo un poco en seco. - Si querías que estuviera cerca tuya solo tenías que decirlo - me puse de puntillas y le di un beso cariñoso en la boca. - ¿Ves que fácil? - me sonrió agradecido.
-Me encantas - me contestó en mitad de otro beso y acariciándome el pelo.

Uf.
Era perfecto. En serio, no os puedo contar defectos que tuviera Julio porque no los tenía. Era atento, romántico, inteligente, guapo. Y me entendía. No me forzaba a hacer nada, me dejaba escoger mis propias decisiones y eso me encantaba.

Estuvimos dando vueltas por el centro comercial después de la película. Entramos a varias tiendas de ropa porque quería comprarse una sudadera y así yo le ayudaba a escoger una. En Pull&Bear encontramos una chulísima. Era azul marino con las mangas en un estampado de otro tono de azul, con detalles marrones. Era muy hipster y muy él. Totalmente su estilo. Cogió otra roja con capucha y unos pantalones vaqueros negros.


Se dirigió al probador con la ropa para ver cómo le quedaba todo. Yo cogí un  jersey rosa para probarme algo también.

- ¿Cuántas prendas lleváis? Tres y una, ¿no? - dijo la dependienta mientras nos daba dos fichas.- Pasad.

Antes de que entráramos los dos en el mismo probador ya había otra dependienta diciéndonos que debíamos entrar cada uno en uno, que eran individuales.
Eso hicimos. Nos pusimos en dos contiguos, me quité mi camiseta a rayas y me probé el jersey. Era super mono y me quedaba muy bien. Abrí un poco la cortina para ver si estaba por allí la dependienta y al ver que no, salí corriendo de puntillas y me metí en el suyo. 

-Eh, ¿qué haces loca? - me preguntó al verme allí dentro.
-Nada, te echaba de menos... - dije dulce y picarona.
-Qué rebelde eres... - me dio un beso y se rió.
-Que sepas que solo es por ti - sonreí - ¿Te gusta? - di una vuelta sobre mí misma a modo modelo. - Me queda bien, ¿verdad?
-A ti todo te queda bien, mi niña. ¿Y ésta para mí? - me preguntó haciendo referencia a la sudadera roja.
-Está muy chula. ¿Te has probado la otra? Porque si también te está bien creo que va más con tu estilo.
-Voy a probármela - se quitó la sudadera haciéndome caso.

Y allí estaba. Sin camiseta delante de mí. Ya lo había visto así otras veces pero no podía evitarlo. Julio me encantaba. Y me atraía un montón físicamente.
Se dio cuenta de que le estaba mirando y soltó una carcajada. Cogió mis brazos y se rodeó el cuello con ellos, y luego me cogió de las piernas para subirme un poco hasta él. Y allí estábamos los dos, besándonos en un probador y haciendo que la temperatura subiera de golpe.

-Ejem - se escuchó un carraspeo desde fuera.
-Creo que nos han pillado - dije riéndome en voz baja mientras me bajaba de sus brazos. - Corre ponte la sudadera - me hizo caso. - Sí, la azul te está mucho mejor. Yo me salgo y te espero fuera a que te pruebes los vaqueros.

Repetí el proceso anterior. Saqué la cabeza a través de la cortina con cuidado. No había nadie. Era el momento de volver rápido a mi probador.
Me puse mi camiseta y salí para fuera a esperarle.
Tachán. Choque. Salía con la cabeza agachada de los probadores doblando el jersey y no vi que alguien se ponía delante mía.

-Perdona, perdona - hice hincapié diciéndolo dos veces. - Anda, pero si eres tú... 
-No es nada, Marta - se rió. - ¿Sabes? Esta situación me resulta muy familiar - se burló de mí - aunque la última vez tus papeles volaron por los aires.
-Carlos, que te la ganas - le contesté amenazante mientras me reía.
-No te equivocabas cuando me contaste que eras muy torpe - siguió diciendo.
-¡Ya te vale! - le pegué con el puño en el brazo. - ¿Qué haces por aquí? ¿Vienes solo?
-Que va, vengo con un amigo de mi bloque y eso. A ver si compramos algo de ropa. ¿Te gusta ésto? - me preguntó enseñándome una sudadera.
-Eh.. - puse cara de sorprendida - Es genial. - contesté al fin.

Había cogido exactamente la misma sudadera azul que Julio. Tenían el mismo estilo vistiendo y por lo que veía, el mismo gusto escogiendo.
En ese momento salió Julio de su probador con la ropa en los hombros.

-Mmm, hola - se plantó delante nuestra. Me hizo un gesto con la cara para preguntarme quién era aquel chico.
-Julio, éste es Carlos. Un amigo mío - sonrió Carlos cuando dije ésto - y compañero de clase.
-Encantado - le tendió la mano a Julio. - He oído hablar mucho de ti.
-¿En serio? - soltó una carcajada mirándome. - ¿Les hablas de mí?
-Pero cállate tío - le volví a dar con el puño a Carlos. Me subían los colores.
-Simplemente se dedica a remarcar lo feliz que está.
-No lo arreglas, ¿sabes? - protesté.

En ese momento sonó el teléfono de Julio y éste nos hizo un gesto de que iba a cogerlo. Salió hacia afuera dejándome la ropa a mí.

-Toma, paga. Tu jersey también, ¿vale? - me sonrió y me dio un beso en los labios delante de Carlos. -Es un regalo - me dijo al oído.
-Gracias - moví los labios sin hablar.

Salió de la tienda y se puso a hablar por el teléfono. Mientras tanto yo me quedé allí con Carlos hablando un poco y haciendo cola para pagar.

-Por cierto, ¿y tú amigo?
-Ni idea, tía. Se me ha perdido. - Un whatsapp sonó en su móvil en ese momento. - Vale, aquí está el por qué. - me dijo enseñándome el smartphone.

''Tío, q me he tenido que ir. Mi padre me ha llmado xa que vaya a por mi hermana al pueblo. Me han liado un taco asiq al final voy.
Perdona''

-Joder. ¿Y te deja así tirado? - me extrañó.
-Pues ya ves. Bueno, no pasa nada. ¿Quieres hacer algo?
-Pero yo... estoy con Julio esta tarde.

Y como si el destino me hubiera oído entró Julio con cara de preocupado.

- Marta, me tengo que ir. Te llevo a casa rápido.
- ¿Qué pasa? ¿Quién era?
- Mi madre. Mi abuela se ha puesto peor y hay que llevarla al hospital - dijo nervioso.
- Julio, - le dije cogiendo su cara entre mis manos y mirándole a los ojos - no te preocupes que no va a pasar nada malo, ¿vale? - intenté animarle.
-Eso espero. ¿Nos vamos?
-No, no pierdas el tiempo en llevarme a casa. Vete rápido. Ya me las apaño yo - le sonreí comprensiva.

Esta vez fue el que me dijo gracias con solo mirarme a los ojos. 
Parece que estaba todo planeado para que me quedara a solas con Carlos. No me importaba porque era mi amigo pero, era la primera vez que salíamos los dos solos.

- Bueeeeeeno... Parece que nuestros respectivos acompañantes nos han dejado tirados... - me miró con una mezcla de pena y alegría en sus ojos.
- Eso parece.
- ¿Te apetece hacer algo ahora? Ya si tienes la tarde libre, ¿no?
- Venga va - contesté tras pensarlo un poco.
- ¿Se te dan bien los bolos? Estoy seguro de que te gano por paliza.
- Eso no te lo crees ni tú. Soy la campeona de mi casa en bolos. Te vas a enterar - dije picándole.

Nos dirigimos hacia la bolera con la intención de divertirnos y la cosa llegó a mucho más que eso.
Había aceptado quedarme un rato con él pensando que no pasaría nada.
Qué equivocada estaba. Un simple gesto, lo puede cambiar todo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

6.

Salí de aquel embobamiento espontáneo y volví a mirar la carretera. Ahora sonaba Leiva. Uf, Leiva. Algún día iría a un concierto suyo, y ahora que sabía que a Julio también le gustaba podría asistir acompañada.
Cinco minutos más tarde empezó a disminuir la velocidad del coche y vi un desvío que se dirigía hacia la izquierda. Dejó el Seat IBL aparcado en un recoveco y me invitó a salir del coche. El chico tenía hoy ganas de ser galán. Realmente Julio me parecía un chico muy amable y atento. Si seguía así se ganaría otro punto.

-Ya solo nos queda pasear hasta el sitio que te quiero enseñar. Es bonito y tranquilo. Cuando quiero estar solo suelo venir aquí a relajarme. Y ahora te lo enseño a ti. Ahora va a ser de los dos... - fue disminuyendo la voz pensando en la cursilada que acababa de decir.
- Gracias - le dije mirándole a los ojos. No se me ocurrió otra cosa con que contestarle.

Paseamos hablando un poco de todo. El camino tenía a ambos lados una fila de árboles plantados recientemente. Hacía fresco allí y encima se había levantado un pelín de aire.

-¿Tienes frío? - me preguntó.
- Un poco. - contesté pensando que era mi oportunidad para acercarme a él.

Vi como una sonrisa aparecía en su cara. Tenía una boca realmente perfecta. Parecía como si aquellos labios me llamaran. Me estaban gritando a voces que los besara. Pero me resistí.
Julio se acercó a mí y me echó el brazo por encima, rodeándome y acercándome a su cuerpo. Me transmitía calor. Y eso me sentaba bien.

-Gracias... - dije de nuevo.
-Eres muy agradecida tú eh - se río. - No tienes por qué dármelas. Bueno ya estamos aquí.

No me había dado cuenta de que habíamos llegado ya. Estaba tan pendiente de mirar los árboles y sobretodo de mirarlo a él que ni me di cuenta de que ya habíamos llegado.
El sitio era sorprendente. Al final del camino los árboles dejaban de seguirnos y se abría una especie de descampado pero sin tierra. Es decir, el suelo era de piedrecitas como en las calles antiguas dándole un toque de terraza de verano oculta. Tenía hasta su propia barandilla puesta al borde del descampado. Y las vistas... Desde allí se podía ver toda la ciudad. Todas las luces brillando a cual más fuerte intentando que mis ojos se deslumbraran de tanta belleza. Luces rojas, naranjas, amarillas, incluso azules o verdes. Era un festival de colores. Aquel lugar era como una especie de mirador. Sí, eso. Un mirador misterioso que nos regalaba la naturaleza.
Era un sitio realmente precioso. Y tan perfecto... Casi tanto como él.
Lo miré de repente y vi como me observaba. Tenía cara de haber triunfado. Se fue acercando lentamente hacia mí hasta estar a varios centímetros. Me cogió por la cintura y me acercó a su cuerpo de nuevo. Notaba su calor tan agradable...
Su cara se acercó poco a poco a la mía y volví a notar sus labios. Le respondí al beso con cierta pasión. Nos gustábamos y eso se notaba. No podía alejarme de él, de su cara, de su cuerpo. Era como una atracción magnética que me retenía allí a su lado. Tampoco tenía intención de alejarme. No había estado tan a gusto desde hace tanto tiempo... Y de repente una idea celosa me vino a la mente.

-¿Aquí traes a todas tus chicas? - le descoloqué un poco. Acababa de romper el momento para decir una tontería.
-No. Te lo he dicho antes. Aquí vengo cuando quiero estar solo y tranquilo. Nunca se lo he enseñado a nadie excepto a ti. Ahora el sitio es de los dos. Quiero que sea de los dos y solamente de los dos. -me contestó saliendo airoso del apuro.

Y esta vez fui yo la que se lanzó a su boca. No pude negarle aquel beso. Estaba demasiado colada por él, y en tan poco tiempo, que me sorprendía a mí misma. Y hacía muchísimo que no sentía tal confianza con una persona y menos con un chico. Porque como ya os dije los chicos y yo no nos solíamos llevar extremadamente bien.
Estuvimos en aquel mirador improvisado de vistas espectaculares un buen rato. Nos habíamos sentado en el suelo a contemplar nuestra maravillosa ciudad al ritmo de nuestras palpitaciones. Estábamos abrazados y podía oír su corazón. Cuándo se aceleraba y cuándo se frenaba. Cuándo su calor aumentaba y con él el mío. Podía oírlo a él, podía oír su interior.

E inevitablemente, allí sentados en mitad de la noche, me puse a pensar en que a veces las cosas no salen como uno quiere. Ese montón de veces en que había querido con todas mis fuerzas conseguir algo y no lo había logrado. Pero estaba feliz porque si todas esas cosas que no conseguí en su momento han sido las causantes de que esta noche me encontrara aquí con él, con Julio, entonces solo podía estar agradecida. También pensé en todo lo que había cambiado mi vida en un par de días. Tan solo un par de días. Y en cómo la noche estaba saliendo a pedir de boca.
Boca...
Boca...
Volví a notar como se acercaba la suya a la mía para besarme. Para buscar ese juego que sabía que tenían nuestro labios. La compenetración de nuestros cuerpos era sorprendente. ¿Cómo rechazar al destino en estos momentos? No se puede. Así que no me quedaba otra que dejarme llevar en aquella fresca y a la vez cálida noche que nos regalaba hoy el destino.

Al rato me acordé del reloj. Seguro que se me había pasado la hora.

-¡Hostias! - exclamé de forma espontánea mientras daba un brinco para ponerme de pie - ¿Las una y cuarto son ya?
-¿Siempre tienes problemas con la hora? - me contestó él riéndose.
-Mi madre es la que tiene problemas con la hora. Si por mi fuera... - Y le puse ojitos.

No se pudo resistir y tiró de mí hacia abajo para regalarme otro beso más que añadir a la colección de joyas que se esfumaron al aire libre esa noche.

-Anda sí. Vamos.

Nos subimos en el coche e iniciamos el regreso a casa. Íbamos en silencio pero no molestaba. No era un silencio incómodo.
Y casi llegando a mi barrio se decidió a hablar.

-Ésto... Marta me lo he pasado en grande esta noche. Gracias por haber quedado conmigo y enseñarme un poco más de ti.
-¿Ahora eres tú el agradecido?
-Sí... Dicen que todo lo bueno se pega.
-A ver si es verdad eso y se me pega algo de tu guapura - dije pícara.
-Me gustas de verdad.
-Y tú a mí - le contesté siendo sincera. - Me gustas mucho. Y también lo he pasado genial esta noche. Gracias...

Sonrió al escuchar mi gracias y al verle también sonreí yo. Estaba muy muy feliz. Ya habíamos llegado al parque de debajo de mi casa. Las dos menos cuarto. Me iban a matar. Me vio mirar el reloj con nerviosismo y no se demoró en despedirse.

-¿Hasta mañana pues?
- Hasta mañana. Qué descanses preciosa.

Salí del coche con rapidez. Y tan pronto como salí volví a entrar en él para darle un beso. Rocé sus labios cálidamente. Un rato sin ellos era mucho tiempo.

-Buenas noches.

Corrí tanto como pude hasta llegar a mi casa. Subí los escalones del bloque de dos en dos. Que casi me caigo era un dato importante que contaros porque debéis conocer hasta qué nivel llega mi torpeza. Imagináos que llego a mi casa sin piños. Bueno, vuelvo a la historia.

Corrí mucho hasta llegar a mi casa y delante de la puerta me paré a respirar. Abrí la cerradura lo más suave que pude. Estaba echada la llave. Eso significaba que mis padres se habían acostado. Y que al menos esa noche no habría pelea. Me había librado. Mañana sería un nuevo día y tenía que contarle muchísimas cosas a mis amigas.
Me puse una camiseta ancha y vieja para dormir y me acosté.

Me levanté cinco horas más tarde cuando me sonó el despertador. Había puesto una canción nueva de Vanesa Martín por lo que el despertar se hacía más ameno. Yo solo rezaba por no terminar odiando esa canción que me obligaba a madrugar.
Me vestí con unos vaqueros rotos negros y una camiseta roja de manga corta que llevaba dibujado en grande el eslogan de la CocaCola. Así estaba bien. Tampoco me vería Julio que era quien realmente me importaba ahora. Aunque sí me verían Carlos y el resto de mi clase. Bah, iba bien para ir a la facu.

Llegué puntual a la primera hora aún cogiendo el odioso bus. Últimamente me había aficionado bastante a los coches.
Saludé a mis amigas y a Carlos en clase y me senté en mi sitio. En los intercambios les iba contando lo que estuve haciendo la pasada noche y ellas me miraban emocionadas. Carlos también estaba allí y también escuchaba lo que yo tenía que contar. A veces ponía caras raras y parecía como si le molestara un poco. Intentaba hacer como que no le interesaba mirando para otra parte y saludando a otros compañeros pero yo sabía que sí. Tenía esa sensación. Lo veía con la oreja puesta.
¿Cuándo había yo empezado a interesarle tanto?
Total, que te terminé de contarles a Carla y Noelia todo lo que tenía que contarles y les pedí su opinión.

- Si tú estás bien y te gusta yo te animo a estar con él - me contestó Carla. - Parece un buen chico.
- Demasiado bueno... - interrumpió Noelia.
-¿Qué pasa ya? ¿Qué quieres decir con eso? - me extrañé.
- Pues que... es todo muy perfecto. Demasiado diría yo. Se ve genial y todo os va genial. Es atento, te gusta, es guapo, listo. Tiene coche... - me guiñó un ojo tras decir ésto y se puso seria de nuevo.
- ¿Pero...?
- No sé tía, que en la vida real no existen los cuentos de hadas. Y no es que no confíe en que todo salga bien pero es... raro. Como dijo alguien alguna vez, ''yo confío en todo el mundo pero desconfío del demonio que llevan dentro''.
- Oy, qué filósofa estás hoy Noelia. -me salvó un poco Carla. - No desanimes a la chiquilla porque entonces tú qué. Tu historia sí que es un cuento de hadas.
-Mi historia es normal. Chico conoce chica en piscina y ya. Pero es que tú, Marta - me dijo dirigiéndose a mí de nuevo - lo acabas de conocer y ya estáis enamorados.
-Eh, que yo no he dicho eso. Simplemente que me gusta.

Tras decir ésto miré inconscientemente a Carlos y vi que también él me estaba mirando.

- Danos tu opinión masculina porfa. - le dije para salir del apuro de las miradas.
-¿Yo? ¿En temas de chicas? - dijo como si no quisiera responder. - Vale jajajajaja - me sorprendió.
-¿Y bien? - le apresuró Carla. Parecía estar muy interesada en su respuesta.
- Que os preocupáis demasiado. Os sorprende que un chico pueda de repente ser muy romántico y tener detalles con vosotras sin querer nada a cambio. Que sí, que hay mucho tonto suelto que solo quieren lo que quieren pero, creo estar en lo cierto cuando digo que no todos somos así. También tenemos nuestras facetas. Creed un poquito en el sexo masculino anda.

Carla, Noelia y yo nos quedamos con la boca abierta. Parecía que nos habían dado un mitin sobre el amor allí mismo. He de decir que me encantó su respuesta. Y tenía toda la razón del mundo. Me estaba preocupando demasiado. Lo que tuviera que pasar con Julio iba a pasar. No debía darle más importancia al asunto.
Y eso fue lo hice. O al menos lo que intenté hacer.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Herida sobre herida duele el doble.

A veces tengo días en los que me paro a pensar un poco en todo. Pienso en mis amigos, en mi familia, en mis cosas. Pero sobretodo pienso en mí.
En los aspectos en que cambia mi vida y otros muchos en que no lo hace.

Y aún sabiendo que hay cosas que han cambiado por el propio curso que sigue la vida me siento en el mismo lugar. Tengo la sensación de andar y andar por un largo camino que nunca acaba. Mejor dicho, que nunca avanza.
Mis pies se cansan y se paran, y al observar qué es lo que tengo alrededor veo el mismo paisaje de siempre. Es el mismo árbol, la misma roca, el mismo lago, el mismo aire que me ahoga y aprieta. Y me aburro. Me aburro y me canso de andar y estar una vez tras otra en el mismo punto. En el punto de partida. Veo a los demás avanzar, veo a gente coger carrerilla y acercarse más a su propia meta, veo a gente dar pasos cortos pero certeros. ¿Y yo qué? Yo retrocedo o cómo va ésto.

Hay personas que me saludan unos pasos más adelante. Me animan a seguir y a pensar que todo llegará. Y mi instinto es ese. Ser optimista y visualizar la llegada a meta. Y cerrando los ojos cojo fuerzas de nuevo. Pienso que esta vez sí que avanzaré, aunque solo sean unos pasos. Pienso en que lo lograré. Todos me animan a hacerlo. Yo me animo a hacerlo.
Y como no, en ese camino a la meta en el que creo que todo va bien, vuelvo a tropezar con la misma piedra. Y vuelvo a caerme. Doy de bruces contra el suelo y duele un poquito más. Cada vez que me caigo duele un poquito más.
Herida sobre herida duele el doble, eso ya se sabe.

Y a pesar de todo, me vuelvo a levantar. Me sorprendo a mí misma y me levanto. Una vez tras otra. Con fuerza. Como si nada pasara por caerse. Una, dos, tres veces. Diez. Cien. Incluso mil.
Me sigo levantando. Eso es lo importante ahora.
Pero sé, con toda la pena del mundo, que habrá un día en el que no consiga hacerlo. La fuerza no será la misma. Mi cuerpo querrá seguir levantándose y seguir cayéndose de boca en la misma piedra, pero en cambio, mis piernas fallarán y mis rodillas sangrarán. Mi piel estará débil. Y mi cuerpo no tendrá la misma fuerza para reponerse de tanto esfuerzo. De tanto andar en círculos. De tanto caerse. De tanto observar cómo los demás avanzan. De tanto raspar el suelo y no el cielo.
Y es que herida sobre herida duele el doble. Ya sabéis.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Mi decisión, mi camino, mi vida.

Decisiones que van y vienen. Unas nos tocan y nos hacen partícipes. Otras simplemente pasan rozándonos desapercibidas, pero ahí están.
Habrá personas a las que les encante tomar decisiones, tener en sus manos el poder de decidir y cambiar su vida conforme a su propia decisión. Y luego están los que, como yo, las odian.
Odio tomar decisiones importantes. ¿Por qué?
Porque siempre tengo esa fea sensación de que escoja el camino que escoja va a ser el equivocado. La sensación de que una parte de mi decisión no está bien tomada.
No son muchas las situaciones en las que me he encontrado ante el problema de decidir algo gordo, aunque sí las suficientes para hacerme pensar eso.

Dos opciones, dos caminos, tal vez los dos sean correctos o tal vez no. Y eso no se sabe hasta que eliges y comienzas a andar por el serpentinoso sendero que te lleva al final de tu sentencia.
Y yo siempre doy con el equivocado. ¿Cuál es la probabilidad de que te pase?

Estoy harta de determinar qué es lo que quiero hacer, qué es lo que quiero decir, lo que quiero ocultar. Estoy harta de ver que me arriesgo con una opción y algo cambia a mi alrededor. Y no cambia precisamente a bien.

Una vez me dijeron que ''¿Y la satisfacción que sientes al tener el poder sobre tu propia vida, sobre tu propio destino? Esa sensación de que todo te sale bien y ha sido por el desvío que tú mismo tomaste...''
Vale pero, ¿y si no llega? Y si no siento esa satisfacción porque no he escogido bien. Si veo como gente que me importa sale perdiendo con lo que yo decido. Si haga lo que haga, alguien sale malparado.
¿Es mejor sobreponerse uno mismo ante los demás? o ¿sobreponer a los demás sobre ti mismo?
¿Acaso no es eso lo que nos hace humanos? ¿La compasión? ¿El no ser egoístas? ¿El pensar en los demás?

Tal vez penséis que es miedo lo que tengo y sí, lo es. Tal vez no soy madura en ese sentido y por eso no tengo el suficiente valor de enfrentarme a mis propios problemas. A mis propias decisiones.
Miedo a escoger mal y no ser capaz de enfrentarme a las consecuencias de dicha decisión.
Y exactamente es eso. Y me encantaría tener ese valor. El valor de explicarle a la gente el porqué de mi decisión. El valor para examinar los pros y los contras y viéndolos, saber cuáles de esos contras son los peores.

Y mi pregunta es, ¿y quién me ha enseñado a mí a saber que contra es peor?
¿Es peor perder a un amigo por decirle la verdad o tener una 'falsa' amistad? ¿Es mejor estar con alguien a quien no quieres tanto como pensabas o estar sola queriendo a alguien? ¿Es mejor sacar un diez y un cero en dos asignaturas o sacar dos cincos?
Enserio, ¿quién decide qué es lo peor? ¿Quién? Y ese es mi miedo. No el no saber enfrentarme a la consecuencia sino, el decidir tales contras son más ''buenos'' que tales otros y no estar en lo cierto. Y de nuevo volver a equivocarme en mi decisión, equivocarme en mi camino y equivocarme en mi vida.